YO SOY [tú eres] LA JUANI: LA BELLEZA/EL DESIERTO
El desierto crece. Ay de quién dentro de sí cobija desiertos (Friedrich Nietzsche)
MIRADA 01
…o sea que la movida era tan sencilla como que la peña paga ocho euros o nueve euros o diez euros para ver Torrente o la movida aquella de los vascos, y –tócate los huevos- esa es la gente que nunca ha tomado antidepresivos, que nunca los toma, que nunca se ha sentado en la silla incómoda de un médico de cabecera de la seguridad social o de un modesto seguro privado para explicar que el cuerpo estaba empezando a fallarle, o que la angustia, o que las noches sin dormir, o que las lágrimas, o que la sensación (tan parecida, por otro lado, al punto de vista de un videojuego) constante de salir-fuera-de-ti-mismo y mirar el mundo como en tercera persona (perspectiva isométrica), como desde fuera, como sin ganas, como si tú mismo fueras el personaje de uno de esos videojuegos estúpidos en los que bebes un café de la máquina de la oficina y una barra de salud (VIDA) crece un poco, brevemente, pero hay otra (PULSO) que decrece brevemente, y que incluso, ya digo, al caer la noche desciende brutalmente -¿por qué no hablamos más de las perturbaciones nocturnas del alma (las pesadillas, los terrores nocturnos, los trastornos del sueño, los ataques de angustia) en su relación física con el estar rodeado de oscuridad en una sala de cine?-, de tal manera, decía, que la movida es tan sencilla como que la peña que paga ocho euros para hincharse a ver películas producidas porTele5 o por ATresmedia, que es, ya se sabe, la gente que va al cine a divertirse.
SONRISA 01
Nunca he soportado con facilidad el acto mismo de estar vivo, de tal manera que las cosas que a los demás seres humanos les parecen extraordinariamente normales – tomar un café, acudir a una boda, elegir un regalo para la familia al llegar la navidad, acudir a encuentros con antiguos amigos del colegio o simplemente cruzarme con una antigua exnovia por la calle (hay una suerte de intimidad siempre perdida al saber que tu sexo, trastorno antropológico, ha ocupado la cavidad bucal de otra persona)- me causan una extrema, profunda dificultad.
Pondré un ejemplo Visual[404] <3 de la cuestión. En cualquier boda, haciendo un uso bastante repugnante de la función epistémica y simbólica de la imagen, suele haber un invitado imbécil que maneja el Pinacle o el Windows Movie Maker y se ha cascado veinte minutos de .mp4 con un carrusel de fotografías de los novios. Ahí está la prueba. Veinte minutos interminables de huellas visuales que demuestran:
🙂 Que los novios han vivido [Se incorporan fotos de la infancia, casi siempre las menos interesantes, esto es, las que trazan una suerte de narrativa parca y chusquera de decepciones soterradas que incluyen colegios en los que no se aprendió nada, viajes de fin de curso de beber barato y perder la virginidad sin quitarse el sujetador, años de la universidad de empezar a saborear speed y sacarse el sacrosanto título]
🙂 Que los novios se han amado durante una sección de ese lapso de tiempo que es su vida [extraña paradoja, de ese extraño amor, y de esa extraña sonrisa silenciosa que esbozamos todos los que sabemos que el novio se iba a las putas fin de semana sí y fin de semana también o que la novia estuvo a punto de pirarse con el traje ya comprado porque un monitor sueco de Pilates la empotró cariñosa pero rigurosamente en los cuartos de baño del gimnasio]
Los veinte minutos, queda dicho, son el pacto de silencio táctico y tácito de la comunidad que se compromete a silenciar lo que se ha bebido/vivido/esnifado y a prefigurar un único deseo: TENED HIJOS PRONTO
MIRADA 02
Decimos La belleza y estamos siempre a la espera. No hay otra lógica. La belleza es únicamente un instante efímero –dura apenas un parpadeo, unos segundos, aquellos en los que el objeto estético queda recubierto por un relámpago de una cualidad inaprehensible, más-que-trascendental. Probablemente no tiene que ver con la utilidad, o con la ausencia de utilidad, sino con una suerte de tirabuzón fenomenológico vinculado con el tiempo. La belleza viene, tiembla como un rayo y después se va. Eso explica por qué, cuando contemplábamos cintas proyectadas (aproximadamente) a 24 fotogramas por segundo uno de ellos podía ser impresionantemente bello, sin contemplaciones, irremediablemente bello, y por qué precisamente el acto de framear que practicamos denodadamente contra propios y extraños es, sin duda, el acto de buscar ese frame perdido que consiguió resonar con nuestro inconsciente.
Casi nunca se habla de la belleza porque –me gustaría tomar en serio esta idea- la belleza, en ciertos sentidos, siempre es el riesgo de su desaparición inminente. Necesita de categorías del espíritu como el asombro o la epifanía, categorías que cuesta rastrear en el gran grueso de películas que vemos pero que, al aparecer, deslumbran y lo llenan todo de sentido. Perseguir la belleza no es únicamente (miro de reojo a Keats) perseguir la verdad en un sentido estrictamente espiritual, sino también ejercerla como mecanismo de defensa ante la
exterioridad y la fealdad del mundo. Que el universo es algo cósmicamente bello y humanamente feo es algo que se desprende en cada uno de los fotogramas de 2001. Belleza de inmensidad real, ansia de quedar cegado por el caos y el horror de los vacíos pascalianos. Luego, en oposición a la eternidad, cosas que se ponen frente a nuestros ojos como una bolsa de Mercadona, como la gala de los Goya, el diseño de las urbanizaciones low cost o esos anuncios la-ostia-de-graciosos que proyectan antes de las películas. Todo ese desierto poblado por tremendas tarántulas. Todo ese desierto en el que el misterio de la transmigración acaba convirtiendo el gesto de la Juani, la cajera de Mediamarkt en el gran dictum que los sujetos se susurran cada noche cuando los televisores ronronean. Nos hemos vuelto locos.
Todavía no. No nos queda mucho, pero todavía no. Todavía no nos han arrancado el sueño erótico de arrasar todos los salones de bodas del mundo. Todavía no.
Aarón Rodriguez