año 1
Empecé este texto hace siete meses. Un texto que no voy a acabar.
Podéis seguirlo en orden, por colores o en imágenes.
Acabo de mandarle un wasap mientras está dormido porque he dejado de registrar respuestas.
– Hace un año ya que se murió…hoy 01:14 √
La justicia es sin nombre, como la magia. Privada de nombre, beata, la criatura llama a la puerta del país de los magos, que hablan sólo con gestos.
Giorgio Agamben
“Si la muerte nos separa de los hombres las mujeres que vemos, no por ello ha de cesar el amor que les debemos. Al revés, el recuerdo amoroso del muerto tiene que defenderse contra la realidad circundante, no sea que ésta, acumulando siempre nuevas impresiones, termine por borrar el recuerdo ; el cual también tiene que defenderse contra los embates del tiempo. La memoria amorosa tendrá que defender su libertad en recordar contra todo aquello que pretenda forzarle a uno a olvidar”
He hablado esta mañana con tu padre del tiempo que hace en la playa. Ha sido una llamada de reconocimiento, sólo para oírnos el uno al otro, para hablar de tí sin gritar tu nombre. Para constatar que no podemos hacer nada más que seguir respirando al otro lado del puto espacio.
Me ha dicho que quiza se deberían ir a vivir allí.
Tardé una cantidad de días inexacta en volver a películas y escogí el giallo como género. Necesitaba una dosis esteticista, exagerada, sangrienta… NO para despertar sino para continuar en el coma sensorial. Necesitaba el bombardeo insulso de colores, la falsa sensación evocadora de sus imágenes y en último termino la mentira o transfiguración pátetica de sus muertes. La comicidad que explota en todo drama de Argento, Mario Bava o Fulci la sentía como anestésica.
Y el más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales, con las necesidades afectivas y con las volitivas. Como que ahí fracasa toda filosofía que pretende deshacer la eterna y trágica contradicción.
En el siguiente paso tenté a las cintas de Hélène Cattet y Bruno Forzani (Amer, 2009 y The strange colour of your body’s tears 2013) alternandolas con el drama vampírico A girl walks home alone at night de Ana Lily Amirpour , 2014. Sus mujeres en tránsito me parecieron menos reales, sus planos representaciones menos espontáneas de vestigios del genero muerto. Un cine que pese a su supuesta corporalidad guarda más relacion a mi parecer con la memoria que con la vida. Un cine de ruina, de casas calles y plazas olvidadas,vacías, amparadas en un surrealismo inoperante por vía arqueológica mientras que en sus imágenes antecesoras la vida bullía en los metros.
Tengo una carpeta con tu inicial en el escritorio. Entré en facebook e hice capturas de todas tus fotos de perfil, todos tus estados, todos y cada uno de tus comentarios por si cerrasen la cuenta que aún sigue abierta. Tengo fotos de lo más mínimo, fotos de las flores que recogías del jardín de casa y colocabas estratégicamente en el recibidor, para que al bajar las escaleras de la cocina fuesen lo primero con lo que toparse al alzar la vista cada mañana. Desconozco si lo hacías para verlas tú o lo hacías por nosotros.
La sensualidad se adueña de la poética de estos films dejando en segundo lugar a las sombras, y son las sombras el lugar de toma de conciencia del cuerpo. Toda potencia evocadora de una imagen, como aquella anclada en el individuo habla por lo no dicho o lo no creado. Esta escritura narrativa que aplana la imagen a una sucesión de detalles de labios, carne y lenguas me distancia de la visión de completitud del film. No es el montaje inquieto o los colores primarios lo que fragmentan el discurso hasta hacerlo prácticamente ininteligible sino la escala de planos utilizado. Apropiarse simbólicamente de las piezas no hace un sexo, una juventud ni una muerte más resistentes a la proyección, mas capaces de instaurar su autoridad ante la pantalla.
Me quema esa delicadeza tuya con la que alcanzabas el optimo modal para cada pequeño instante y el cómo disfrazabas la realidad de toda belleza posible. He dejado de mirar las flores. He perdido la capacidad de admiración temporalmente. Y no sólo las flores, he dejado de prestar atención a casi todo objeto al alcance de mi mano porque esta vida sin ti arrastra los minutos de manera patética. Ha cambiado la luz también, se desparrama mórbida acompañada de un soplo sintético, una distorsión prefabricada que no logro disfrutar en la pie. Todo es más vulgar desde que tú no miras.
Me quedé a tu lado en el hospital hasta que vinieron a recogerte cómo si te fueran a hacer alguna otra prueba, recogí tu almohada y tu neceser cuando todos se marcharon a casa. Me bebí una copa, en un bar que no recuerdo con tu almohada en una bolsa y después escogí la ropa para vestirte en el tanatorio. Para mí, no existió un antes y un después al hospital porque mi mirada podía seguir encontrando tu cuerpo unas horas más, sólo hubo después al dejar de verte. Escogí una camisa blanca que solías llevar en verano por casa, con la que solías bajar a tomar cañas por el pueblo. Me pidieron indicaciones para “preparate”. Escribimos dos folios
sobre cómo sonreías y la naturalidad con la que te acomodabas el pelo con la mano derecha. Les prohibimos que te maquillaran. En mayúsculas y con muchos signos de exclamación. Pregunté si podía entrar yo a maquillarte… + Vuelve en 20 minutos.
Esta forma de reconstruir el giallo espectralmente, de manera póstuma, tiene que ver más con la tradición salvadora que con la creación. ¿Acaso han de redimirse los géneros? No hay un verdadero juicio que enfrente a las imágenes originales con sus criaturas indeciblemente más astutas, más del lado de la crítica que del aura artística y sin embargo, desfilan erguidas y orgullosas como reflejos que creen interactuar con el pasado original. Quizá ganadoras por abandonar una percepción colectiva o por confiadas.
En esos minutos recorrí desesperada y absurdamente todas las floristerías de la M30 preguntando por camelias blancas a los gitanos. A los 20 minutos rodeaba el tanatorio para volver a encontrarme contigo. Jamás me había fijado tanto en cada una de tus pecas, el rubio de tus pestañas o el grosor de tu piel como lo hice mientras te pintaba los labios. Coloqué unas flores entre tus manos. Te besé, te aseguré que estabas guapísima, te envié recuerdos para los demás, me tranquilicé a mi misma como pude, dejé de temblar y al salir de la sala seguí mirándote, sin descanso, durante la noche entera a través del cristal.
Aprendí a mirar entonces, no en ninguna sala de cine.
Blanca Margoz