Un perro se acerca y me lame la arena de los zapatos
S’il y a vraiment désir, si l’objet du désir est vraiment la lumière, le désir de lumière produit la lumière. Il y a vraiment désir quand il y a effort d’attention1.
Recuerdo el primer día que pisé la ciudad de Ávila. Mis compañeros de excursión y yo nos amontonamos contra los salientes de la muralla. El frío nos golpea. Ávila posee un frío que corta y que limpia, toda su figura recortada es al mismo tiempo medieval y minimalista y recuerda a la humildad de quien no necesita destacar porque ya lo hace con su sola presencia. En general y como es habitual en el ambiente de las excursiones todo parece poseer una atmósfera irreal, como si los edificios de granito no fueran más que una puesta en escena de un teatro. Por primera vez ¿Podría creer lo que veía?
Lo prehistórico contando con mis años se acumulaba de una manera inconcebible. El tiempo se barruntaba eterno. Mi sueño de viajar al periodo medieval parecía realizarse y no había manera de salir de esta sensación, ni siquiera el frío que me cortaba las mejillas me hacía reaccionar.
Ese frío seco.
Cuando llegamos a la celda de Santa Teresa la austeridad me golpeó; unas monjas aún pululaban por el lugar. El suelo estaba recubierto en las zonas de sombra por una película de hielo. Mi amiga me tiró de la manga del abrigo y yo volví al mundo real. Por primera vez, ese gesto cotidiano me devolvió al mundo real.
Meher Baba menciona en su libro que hay sólo tres ciudades en Europa: Ávila, Asís y Fatima. Jonas Mekas, despúes de leerle, decide visitarlas y de sus grabaciones mientras pasaba por ellas nacen estas pequeñas películas de apenas tres minutos.
En The Song of Ávila (Jonas Mekas,1967) la ciudad aparece como un sueño, exactamente como puebla la mente: como un recuerdo místico en el que conviven los burros que no hace tanto recorrían las callejuelas de las ciudades, los campos amarillos y planos, las miradas de los niños y de los perros, las flores de los campos, las pequeñas casas de pueblo sin apenas altura, el suelo, la estatua de Santa Teresa. Todo produce una mezcolanza que nos funde con el espíritu de la ciudad.
La luz.
Cuando visioné el pequeño corto de Jonas Mekas supe que simplemente viéndolo no habría nada más que añadir sobre la ciudad, El movimiento tembloroso e impreciso de la cámara me induce a ese sueño de la memoria — y a visionar esas imágenes iluminadas por la santidad, que no turban el tiempo, que son mortales e inmortales, maleables como la misma sustancia de los recuerdos. Y sin embargo reales.
La virtud de este pequeño vídeo es precisamente la de hacerme recordar esos pequeños instantes de la vida, el contacto increíble -y no por ello menos real- con un período de tiempo en el pasado, la vinculación con la divinidad mediante un acto tan simple y cotidiano como lo es el de ese perro lamiendo el polvo de los zapatos.
La condensación del tiempo en esos pequeños brillos del sol al atardecer que se reflejan y reflejan y recortan la figura de la muralla me recuerdan a las condensaciones de tiempo que son sinónimos de los destellos de luz que he visto reflejados tantas veces en las películas. Su estilo dreamy me lleva a vincularlo visualmente no sólo a las anteriores obras de Mekas, también a la belleza desbordante de Sans Soleil de Chris Marker por su carácter onírico, divino, a través de lo cotidiano en el contexto de los viajes, del descubrimiento.
Y es precisamente mediante la impronta del recuerdo de esos viajes que se eternizan las imágenes en estos videos, acompañados por una voz en off que explica.
Lo pequeño,
lo humilde,
lo condensado, lo eterno.
Tania López
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[1]La frase al principio del texto es de Simone Weil sacado de «Réflexions sur le bon usage des études scolaires en vue de l’amour de Dieu » (1942).
[2]Los gifs pertenecen a The tree of life, The song of Ávila y Renaldo and Clara de Dylan.