Rematando costuras
En la idea del melodrama, el cine de genero ha tenido que desplegar mediante la sobrecarga emocional una escritura sensible capaz de evocar fábulas humanas bajo la reconfiguración narrativa de una estética polimorfa que descaradamente asume manipular los arquetipos a través de una consciente extorsión en los códigos del lenguaje fílmico.
Hace años me cosieron una ceja durante aproximadamente media hora en el ambulatorio de un minúsculo pueblo castellano. Sin anestesia ni explicaciones de por medio. La herida llevaba horas abierta, el médico tendría unos sesenta años. Barba blanca, gafas rojas y ninguna puta gana de suturar a las seis de la mañana. La persona que me acompañaba salió de la sala en tres ocasiones durante el proceso. Me sudaban las piernas. Tenía las manos heladas. A cada uno de los quince puntos le precedía un instante de estudio, como una revelación del donde y el cómo. Mi doctor carnicero comentaba para sí que los cosía muy muy muy juntos, intentando no saltar el anterior. Hizo una puta obra de arte.
Es posible que la escritura o la forma de coser imágenes venga dada por el género al que se adscriben, por la herida que relatan. Siendo Southpaw, una historia mil veces explotada en pantalla, el engranaje del relato que Faqua propone es primorosa y artesanal labor narrativa. Llevamos a nuestras espaldas tantas y tantas películas antitrama que agradezco toparme de vez en cuando con algo de precisión.
Southpaw (Antoine Fuqua, 2015), adolece en el sentido primario de muchas de las cuestiones que hacen del actual drama norteamericano una desvirtuada puesta a punto de las inquietudes socio políticas e históricas adyacentes al clasicismo, teorías articuladas en los ejes de una realidad contemporánea que a fin de cuentas habitan los mismos tubos de ensayo de siempre: la búsqueda incesante de un hogar conquistable, de la expansiva creación de mitos
e ideales. Una mitificación de la cual emergen coyunturas tanto institucionales como ritualistas, planteadas por cineastas del artesanado a modo de sumisa modernidad.
Nada más acabar el visionado de Southpaw comentábamos en las redes sociales la sencilla pero eficaz
forma en la que Fuqua transportaba el desgarro cárnico, las pulsiones del cuerpo, lo físico, hacia una epifanía cercana al western donde el personaje central asumía en plena armonía repertorial una vaga respues
ta al esquema de conquista. Sin espacios horizontales donde instalar esa conmutación de genero Fuqua expone un discurso del cuerpo como hogar natural.
El cuerpo de Billy (Jake Gyllenhaal) es, en su dimensión espacial,una América protectora y arrogante al mismo tiempo, dos américas que conviven juntas pero que abusan de las oportunidades, dos américas enfrentadas que cubren de (falsas) esperanzas el inestable ecosistema que las protege.
El juego de estas dos realidades se plantea en los créditos y se resuelve más tarde en una secuencia de montaje en la que Billy, tras perderlo todo se prepara para volver al ring. Faqua establece un paralelismo patronizando la secuencia primera pero desnudando su escenografía y simbolismo.
Durante los créditos observamos un Billy concentrado en la música, el mundo gira a su alrededor, vistiendo, midiendo, palpando sus puños. Su manager, los árbitros, sus hommies, la llegada de su mujer vestida de fiesta en la antesala al combate forman parte de una ritualidad banalizada, algo entendible como catarsis del puro espectáculo. Sin embargo, en su escena antónima, nos encontramos con un ring en calma, no existe consuelo en femenino, tan solo una persona le venda los puños y una bandera (ahora sí, verdadera América) protege a Billy.
En las miras o cuestiones de orden ideológico la película de Fuqua verbaliza una retorica propia de la dramaturgia tradicional.Estructurada en virtud de los actores la puesta en escena busca subsidiar la impronta orgánica de cuerpo sublimado al encuadre, de la que esculpir un punto de vista tímidamente distante que en los momentos ajenos a la lucha en el cuadrilátero insufle un aire preciso, sobrio, arrinconado. El arco emocional parte de sostenes primarios llevados ficcionalmente a los valores esenciales de Billy Hope obedeciendo a escalas de sentimientos contrapuestos: rabia/calma- ira/firmeza –caída/levantamiento – pecado/redención. El camino designado a las vicisitudes y desdichas del periplo de Billy son discurso y forma para estimular la exégesis dramática de la película.
Las resonancias en el corpus fílmico de Fuqua pivotan entre lo masculino y lo mesiánico, sus inquietudes están sucintas a los matices heroicos que podemos encontrar en hombres temperamentales, corrientes o no tan corrientes envueltos en circunstancias limites. Tirando de ese hilo el realizador construye un dispositivo poblado de cicatrices como respuesta a trasfondos embarrados de oscuridad existencial, que a primera vista, pierden en el transito visual del paisaje, presto a una filmación acorde con el cine de acción en el que habitualmente se mueve.
En la excelente The Equalizer las parábolas irrumpían en esa atmosfera nocturna de caballeros andantes y vigilantes que escondían detalles de su pasado para remendar el dolor con una quijotesca cruzada de justicia. Si bien es cierto que en The Equalizer el pulso acentúa la dinámica fidedigna del pastiche de genero, desde el western, al flujo bronsiano, o al drama criminal urbano, en Southpaw también respiran trazas del armónico paseo del héroe clásico literario y de ficción.
Un Billy Hope crecido al amparo del sistema, proveniente de un entorno familiar desestructurado, huérfano, fruto de la cocina del infierno, que apostó fuerte por crecer nuevamente en el aparato institucional estadounidense, formando ahora el esqueleto familiar deseado: buen marido y buen padre
Antes mencionábamos el western que, tanto en lo genérico como en lo descriptivo, aloja extramuros luces resonantes en los detalles más específicos de Southpaw (a su vez la dispar poética intramuros de la cultura estadounidense), y ahora podríamos también situarla en el constructo relativo al subgénero de boxeo al que claramente pertenece.
Pensando en esto me viene a la cabeza la escena post créditos de The Set Up (Robert Wise, 1949), otra película de boxeadores. En tal caso la escena está
constituida mediante un ligero travelling de acercamiento en donde Wise enfoca la calle principal dejando a la derecha del cuadro un reloj, el hotel donde se alojan el protagonista y su mujer, y al fondo como centro del plano el Paradise City A.C donde se dan los combates de boxeo. Ese travelling poderosamente gráfico nos ubica geográficamente como espectadores, al unísono que describe los rasgos principales del armazón narrativo. Al poco Wise adentra con parsimonia la cámara en el interior de la habitación del hotel donde Bill (Robert Ryan) descansa en la cama antes del combate, mientras Julie su mujer (Audrey Totter) le contempla.
Seguidamente una conversación de la pareja deja al descubierto los miedos de ella hacía los peligros de la profesión de su marido, un boxeador sin crédito, que obstinado desea seguir luchando para
demostrar que no es un perdedor. Salgamos de esa película y de la escena de Wise para irnos a una secuencia fundamental en el metraje de Southpaw, esa misma donde Billy Hope y Maureen su esposa (Rachel McAdams), en el dormitorio de su lujosa casa, discuten sobre los miedos de ella acerca de la resistencia del cuerpo mortal de Billy.
Como en el noir, las mujeres de Southpaw enmascaran la caída de nuestro protagonista. Maureen exige un tiempo apartado del boxeo a su marido tras presenciar el último combate de Billy que entrañaba una lucha a matar. Será frente a una puerta, donde una segunda mujer, encarne la misma muerte en la película, haciendo que Billy abandone la idea de asesinar en venganza.
El momento pone de relieve el núcleo de una historia que parte de un hogar de arcilla moldeado con el fruto del sacrificio pero que es inestable, sacando a flote las fisuras de una estructura débil que insiste en duales lecturas del sueño americano.
En las raíces de su laberinto la idea del cuerpo como templo calibran todos y cada uno de los puntos ritualistas de Southpaw, la copresencia de un sentido de la acción y del deber sistémico. De esta surgen diatribas visuales entre la energía consumible del Billy del principio, un hombre feliz pero encolerizado, con la búsqueda final de una glorificación en la que habitar nuevamente.
Fuqua percute sobre planos cortos y un montaje de retransmisión televisiva en las escenas de los combates mientras destensa la cámara en los momentos restantes poniendo en liza los aspectos sobre dramáticos de la historia.
Volviendo a Wise y como complementariedad a los nódulos visuales de Fuqua, dibujemos la escena final de The Set Up: otro travelling en este caso de retroceso, que invierte la dirección del travelling arriba mencionado, y que discurre en paralelo al (significativo) travelling con el que también acaba Southpaw. Si en Wise el travelling dejaba en el centro del cuadro al matrimonio protagonista abrazados en el suelo describiendo en imágenes un cambio de viraje en la vida de ambos– no podrá boxear nunca más – en Fuqua las cadenas de imágenes del final subrayan el crecimiento de un hogar conjunto, otro viraje que llevará a Billy y a su hija de vuelta a casa. Se dan hermosos hilos telúricos que aprovechan nuestras alusiones ópticas para instaurar en Southpaw una mitología sensible capaz de enmascararla.
David Tejero
&
Blanca Margoz